El patito feo es una parábola sobre la crueldad de la
gente, sobre lo terrible que puede ser la vida del que se siente despreciado
por ser distinto de los demás.
El “ser distinto” lo podríamos aplicar no sólo al físico sino también al color de la piel, a la forma de hablar, a alguna
minusvalía. Por eso, la moraleja del “patito feo” cobra hoy una importancia que
no tenía cuando Hans Christian Andersen escribió el cuento y es de una
apabullante modernidad.
La importancia de la belleza física en la sociedad
actual y el culto al cuerpo son fenómenos con los que nos vemos confrontados
día a día cuando abrimos las páginas de una revista o sintonizamos algún
programa de televisión. Vivimos en una época en la que la belleza lo es todo, o
al menos eso es lo que nos intenta hacer creer la publicidad cuando nos muestra
señoras y señores con cuerpos diez, sin tener en cuenta el daño que pueden
causar a la mayoría de chicas y chicos “del montón”. El culto al cuerpo se ha
convertido en un rasgo característico de nuestra sociedad de consumo y para
conseguir el “look” perfecto muchas jóvenes están dispuestas a ponerse en manos
de un cirujano y cambiar a base de bisturí lo que la naturaleza no les
concedió: una nariz respingona, unos senos tres tallas más grandes o unos
labios como los de Penélope Cruz. No se dan cuenta de que la belleza tiene que
emanar del interior, de la armonía entre cuerpo y espíritu. Por muchas
operaciones a las que se sometan esas chicas, de poco les servirán si la imagen
que tienen de sí mismas sólo se basa en su aspecto exterior. Se olvidan de que
un patito feo puede llegar a parecer un cisne a los ojos de los demás si éste
tiene buen corazón, si su conversación es culta y amena, si irradia seguridad
en sí mismo. Todos podemos ser patitos feos y sólo nuestra propia autoestima
será capaz de poner las cosas en su sitio.
Os animo a que les pongáis el vídeo del cuento a los más pequeños tanto en casa como en el aula.
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